El temible "vampiro de Düsseldolf" está considerado como uno de los más sanguinarios asesinos en serie de todos los tiempos por los expertos criminólogos y psicólogos que han seguido su caso de cerca. Nació en 1883 en Colonia (Alemania) en una familia tan pobre como numerosa (era el tercero de trece hermanos), y todos habitaban bajo pésimas condiciones en un espacio muy reducido y un ambiente familiar deplorable. Su padre, en el paro, era alcohólico y de muy mal carácter, pegaba frecuentemente a su mujer e hijos. En una ocasión trata incluso de violar a una de sus hermanas más jóvenes. Años más tarde, cuando él mismo contaba con cuarenta, su vida parece dar un giro y contrae matrimonio con una mujer de buena familia. Cambia de aspecto vistiendo con mucha elegancia y sencillez, se peinaba con brillantina (producto casi desconocido en Alemania en aquella época), usaba gafas, lucía un recortado bigote, e incluso usaba polvos faciales. Como la mayoría de los sádicos sexuales, Kürten parece llevar una vida normal como cualquier buen esposo. Trabajaba como conductor de camiones, y su mujer jamás sospechó que tras un hombre tan educado y atento como su marido podría esconderse el autor de crímenes tan sangrientos. Entre 1925 y 1930 se suceden en la pequeña localidad alemana una serie de crímenes que estremecen y sensibilizan a toda la población, similar a la que padeció Londres en tiempos de otro conocido asesino: Jack el Destripador. A pesar de que la policía alemana contaba con métodos muy por encima de los que disponía Scotland Yard en 1888, tardaron varios años en tener alguna pista del misterioso criminal a quién terminaron apodando unos "El Vampiro de Düsserdolf" y otros "El rey del crimen sexual". De hecho, a su tercera víctima, una niña de nueve años llamada Rose Ohliger, la rocía de gasolina y le prende fuego para complacerse viéndola arder en una terrible agonía. Hasta la fecha, se le inculpaban nada menos que ocho terribles asesinatos y catorce asaltos. Afortunadamente para todos, cometió un grave error en 1930 que le costaría su detención. Tras un atentado criminal fallido contra María Butlier, la mujer logra escapar y proporcionar una detallada descripción de Kürten. Al mismo tiempo, éste se asusta al leer la prensa y ver su retrato robot en la portada de los periódicos, por lo que confiesa la totalidad de los crímenes a su esposa mientras charlaban, quitándole importancia a los hechos como si se tratase de simples travesuras infantiles. La señora en un principio se desmaya de la impresión, pero finalmente, asustada y asqueada pone las declaraciones de su marido en conocimiento de la policía. (quien tuvo que poner en libertad a algún detenido que coincidía con la descripción del verdadero asesino). Durante el juicio, se dedicó a escribir cartas a los padres de las víctimas en las que se disculpaba de una manera muy peculiar: alegando que él necesitaba beber la sangre lo mismo que otras personas necesitan beber el alcohol... (Pese a que no disculpe en absoluto sus crímenes, lo cierto es que sí padecía de "hematodipsia", una patología que consiste en obsesión compulsiva por consumir sangre, bajo implicaciones sexuales.) Finalmente tras una hora y media de deliberación, el jurado pronunció su veredicto de culpabilidad para Peter Kürten, quién fue sentenciado a nueve penas de muerte. ( ¡Según las leyes de la época, era posible condenar a más de una pena de muerte!). El 2 de julio de 1931, a las seis de la mañana, en el patio de la prisión de Klügelpüts (Colonia), se cumplía su deseo.
Cuando sólo contaba con ocho años, Peter hace una primera tentativa de fuga y se escapa de casa harto de los malos tratos...
Cuando su familia se traslada a Düsserdolf en 1884, se evade de nuevo y comienza a vivir como un vagabundo, de pequeños hurtos, dando muestras a tan temprana edad de instintos criminales: disfruta estrangulando ardillas y maltratando a los perros callejeros que se cruzaban en su camino, así como a otros animales para ver correr su sangre, cometiendo además actos zoofílicos con ovejas a las que degollaba una vez alcanzado el orgasmo.
La primera condena la cumpliría en 1897 por robo, y así muchos más actos delincuentes que lo obligan a pasar cerca de veinte años entre rejas.
En 1913 comete su primer crimen sexual: viola y degüella salvajemente a Christine Kelin, una niña de 13 años.
La policía, viendo por momentos su autoridad y reputación comprometidos, lleva a cabo continuas redadas y abundantes controles rutinarios a la busca y captura del feroz asesino. Incluso algunos grupos de delincuentes y bandas callejeras se unen a la "caza" del vampiro con tanto interés por detener la ola de crímenes como las mismas fuerzas de seguridad.
Hasta el último minuto se creyó que iba a recurrir al veredicto para tratar de librarse de ser decapitado, pero el asesino no apeló y guardó la calma hasta el día de la ejecución con calma absoluta. Tan sólo se manifestó para pedir una última voluntad, y era que cuando lo decapitase el verdugo, le dejasen escuchar durante unos minutos cómo su propia sangre goteaba en el suelo...
Terror que no se debe totalmente a la forma siniestra en que desapareció recientemente, sino que tuvo origen en la naturaleza entera del trabajo de su vida, y adquirió gravedad por primera vez hará más de diecisiete años, cuando estábamos en tercer año de nuestra carrera, en la Facultad de Medicina de la Universidad Miskatonic de Arkham. Mientras estuvo conmigo, lo prodigioso y diabólico de sus experimentos me tuvieron completamente fascinado, y fui su más intimo compañero. Ahora que ha desaparecido y se ha roto el hechizo, mi miedo es aún mayor. Los recuerdos y las posibilidades son siempre más terribles que la realidad. El primer incidente horrible durante nuestra amistad supuso la mayor impresión que yo había llevado hasta entonces, y me cuesta tenerlo que repetir. Ocurrió, como digo, cuando estábamos en la Facultad de Medicina, donde West se había hecho ya famoso con sus descabelladas teorías sobre la naturaleza de la muerte y la posibilidad de vencerla artificialmente. Sus opiniones, muy ridiculizadas por el profesorado y los compañeros, giraban en torno a la naturaleza esencialmente mecanicista de la vida, y se referían al modo de poner en funcionamiento la maquinaria orgánica del ser humano mediante una acción química calculada, después de fallar los procesos naturales. Con el fin de experimentar diversas soluciones reanimadoras, había matado y sometido a tratamiento a numerosos conejos, cobayas, gatos, perros y monos, hasta convertirse en la persona más enojosa de la Facultad. Varias veces había logrado obtener signos de vida en animales supuestamente muertos; en muchos casos, signos violentos de vida; pero pronto se dio cuenta de que la perfección, de ser efectivamente posible, comportaría necesariamente toda una vida dedicada a la investigación. Así mismo, vio claramente que, puesto que la misma solución no actuaba del mismo modo en diferentes especies orgánicas, necesitaba disponer de sujetos humanos si quería lograr nuevos y más especializados progresos. Y aquí es donde chocó, con las autoridades universitarias, y le fue retirado el permiso para efectuar experimentos, nada menos que por el propio decano de la Facultad de Medicina, el sabio y bondadoso doctor Allan Hales, cuya obra en pro de los enfermos es recordada por todos los vecinos antiguos de Arkham. Yo siempre me había mostrado excepcionalmente tolerante con los trabajos de West, y a menudo hablábamos de sus teorías, cuyas derivaciones y corolarios eran casi infinitos. Sosteniendo con Haeckel que toda vida es un proceso químico y físico, y que la supuesta "alma" es un mito, mi amigo creía que la reanimación artificial de los muertos podía depender sólo del estado de los tejidos; y que, a menos que se hubiese iniciado una verdadera descomposición, todo cadáver totalmente dotado de órganos era susceptible de recibir mediante el adecuado tratamiento, esa condición peculiar que se conoce como vida. West comprendía perfectamente que el más ligero deterioro de las células cerebrales ocasionadas por un período letal incluso fugaz podía dañar la vida intelectual y psíquica. Al principio, tenia esperanzas de encontrar un reactivo capaz de restituir la vitalidad antes de la verdadera aparición de la muerte, y solo los repetidos fracasos en animales le habían revelado que eran incompatibles los movimientos vitales naturales y los artificiales. Entonces se procuró ejemplares extremadamente frescos y les inyectó sus soluciones en la sangre, inmediatamente después de la extinción de la vida. Tal circunstancia volvió enormemente escépticos a los profesores, ya que entendieron que en ningún caso se había producido una verdadera muerte. No se pararon a considerar la cuestión detenida y razonablemente. Poco después de que el profesorado le prohibiese continuar sus trabajos, West me confió su decisión de conseguir ejemplares frescos de una manera o de otra, y reanudar en secreto los experimentos que no podía realizar abiertamente. Era horrible oírle hablar sobre el medio y manera de conseguirlos; en la Facultad nunca habíamos tenido que ocuparnos nosotros de allegar ejemplares para las prácticas de anatomía. Cada vez que mermaba el depósito, dos negros de la localidad se encargaban de subsanar este déficit sin que se les preguntase jamás su procedencia. West era por entonces un joven, delgado y con gafas, de facciones delicadas, pelo amarillo, ojos azul pálido y voz suave; y era extraño oírle explicar cómo la fosa común era relativamente más interesante que el cementerio perteneciente a la Iglesia de Cristo dado que casi todos los cuerpos de la Iglesia de Cristo estaban embalsamados; lo cual, evidentemente, hacía imposibles las investigaciones de West. Por entonces era yo su ferviente y cautivado auxiliar, y le ayude en todas sus decisiones; no sólo en las que se referían a la fuente de abastecimiento de cadáveres, sino también en las concernientes al lugar adecuado, para nuestro repugnante trabajo. Fui yo quien pensó en la granja deshabitada de Chapman, al otro lado de Meadow Hill; allí habilitamos una habitación de la planta baja para sala de operaciones y otra para laboratorio, dotándolas de gruesas cortinas, a fin de ocultar nuestras actividades nocturnas. El lugar estaba retirado de la carretera, y no había casas a la vista; de todos modos, había que extremar las precauciones, ya que el más leve rumor sobre extrañas luces que cualquier caminante nocturno hiciese correr podía resultar catastrófico para nuestra empresa. Si llegaban a descubrirnos, acordamos decir que se trataba de un laboratorio químico. Poco a poco equipamos nuestra siniestra guarida científica, con materiales comprados en Boston o sacados a escondidas de la facultad (materiales cuidadosamente camuflados, a fin de hacerlos irreconocibles, salvo para unos ojos expertos) , y nos proveímos de palas y picos para los numerosos enterramientos que tendríamos que efectuar en el sótano. En la facultad había un incinerador, pero un aparato de ese género era demasiado costoso para un laboratorio clandestino como el nuestro. Los cuerpos eran siempre un engorro... incluso los minúsculos cadáveres de cobaya de los experimentos secretos que West realizaba en su habitación de la pensión donde vivía. Seguíamos las noticias necrológicas locales como vampiros, ya que nuestros ejemplares requerían condiciones determinadas. Lo que queríamos eran cadáveres enterrados poco después de morir y sin preservación artificial alguna; preferiblemente, exentos de malformaciones morbosas y, desde luego, con todos los órganos. Nuestras mayores esperanzas estaban en las víctimas de accidentes. Durante varias semanas no tuvimos noticias de ningún caso apropiado, aunque hablábamos con las autoridades del depósito y del hospital, fingiendo representar los intereses de la facultad, si bien con no demasiada frecuencia en todos los casos, de manera que quizá necesitáramos quedarnos en Arkham durante las vacaciones, en que sólo se impartían las limitadas clases de los cursos de verano. Fue una labor repugnante la que acometimos en la oscuridad de las primeras horas de la madrugada, aún cuando en aquella época no teníamos ese horror especial a los cementerios que nuestras experiencias posteriores nos despertó. Llevamos palas y lámparas de petróleo porque, si bien ya habían linternas eléctricas entonces, no eran tan satisfactorias como esos aparatos de tungsteno de hoy día. El trabajo de exhumación fue lento y sórdido (podía haber sido horriblemente poético, si en vez de científicos hubiéramos sido artistas) ; y sentimos alivio cuando nuestras palas chocaron con madera. Una vez que la caja de pino quedó enteramente al descubierto bajo West, quitó la tapa, saco el contenido y lo dejó apoyado. Me incliné, lo agarré, y entre los dos lo sacamos de la fosa; a continuación trabajamos denodadamente para dejar el lugar como antes. La empresa nos había puesto algo nerviosos; sobre todo, el cuerpo tieso y la cara inexpresiva de nuestro primer trofeo; pero nos las arreglamos para borrar todas las huellas de nuestra visita. Cuando quedó aplanada la ultima paletada de tierra, metimos el ejemplar en un saco de lienzo y emprendimos el regreso hacia la granja del viejo Chapman, al otro lado de Meadow Hill. En una improvisada mesa de disección instalada en la vieja granja, a la luz de una potente lámpara de acetileno, el ejemplar no ofrecía un aspecto demasiado espectral. Había sido un joven robusto y poco imaginativo, al parecer un tipo saludable, y plebeyo (constitución ancha, ojos grises y cabello castaño) ; un animal sano, sin complejidades psicológicas, y probablemente con unos procesos vitales de lo más simple y sanos. Ahora bien, con los ojos cerrados, parecía más dormido que muerto; sin embargo, la prueba experta de mi amigo disipó en seguida toda duda al respecto. Al fin teníamos lo que West siempre había deseado: un muerto verdaderamente ideal, apto para la solución que habíamos preparado con minuciosos cálculos y teorías; a fin de utilizar en el organismo humano. Nuestra tensión era enorme. Sabíamos que las posibilidades de lograr un éxito completo eran remotas, y no podíamos reprimir un miedo horrible a las grotescas consecuencias de una posible animación parcial. Nos sentíamos especialmente aprensivos en lo que se refiera a la mente y a los impulsos de la criatura, ya que podía haber sufrido un deterioro en las delicadas células cerebrales con posterioridad a la muerte. Por lo que a mí respecta, aún conservaba una curiosa noción tradicional del "alma" humana, y sentía cierto temor ante los secretos que podía revelar alguien que regresaba del reino de los muertos. Me preguntaba qué visiones podía haber presenciado este plácido joven, si volvía plenamente a la vida. Pero mi expectación no era excesiva, ya que compartía casi en su mayor parte el materialismo de mi amigo. Él se mostró más tranquilo que yo al inyectar una buena dosis de su fluido en una vena del brazo del cadáver, y vendar inmediatamente el pinchazo. La espera fue espantosa, pero West no perdió el aplomo en ningún momento. De cuando en cuando, aplicaba su estetoscopio al ejemplar, y soportaba filosóficamente los resultados negativos. Al cabo de unos tres cuartos de hora, viendo que no se producía el menor signo de vida, declaró decepcionado que la solución era inapropiada; sin embargo decidió aprovechar al máximo esta oportunidad, y probar una modificación de la formula, antes de deshacerse de su macabra presa. Esa tarde habíamos cavado una sepultura en el sótano, y tendríamos que llenarla al amanecer, pues aunque habíamos puesto cerradura a la casa, no queríamos correr el más mínimo riesgo de que se produjera un desagradable descubrimiento. Además, el cuerpo no estaría ni medianamente fresco a la noche siguiente. De modo que trasladamos la solitaria lámpara de acetileno al laboratorio contiguo, dejando a nuestro mudo huésped a oscuras sobre la losa, y nos pusimos a trabajar en la preparación de una nueva solución, tras comprobar West el peso y las mediciones casi con fanático cuidado. El espantoso suceso fue repentino y totalmente inesperado. Yo estaba vertiendo algo de un tubo de ensayo a otro, y West se encontraba ocupado con la lámpara de alcohol (que hacía las veces de mechero Bunsen en ese edificio sin instalación de gas) , cuando de la habitación que habíamos dejado a oscuras brotó la más horrenda y demoníaca sucesión de gritos jamás oída por ninguno de los dos. No habría sido más espantoso el caos de alaridos si el abismo se hubiese abierto para liberar la angustia de los condenados, ya que en aquella cacofonía inconcebible se concentraba el supremo terror y desesperación de la naturaleza animada. No podían ser humanos, un hombre no es capaz de proferir gritos así; y sin pensar en el trabajo que estábamos realizando, ni en la posibilidad de que lo descubrieran, saltamos los dos por la ventana más próxima como animales despavoridos, derribando tubos, lámparas y matraces, y huyendo alocadamente a la estrellada negrura de la noche rural. Creo que gritamos mientras corríamos frenéticamente hacia la ciudad; aunque al llegar a las afueras adoptamos una actitud más contenida... lo suficiente como para pasar por un par de juerguistas trasnochadores que regresaban a casa después de una francachela. No nos separamos, sino que nos refugiamos en la habitación de West, y allí estuvimos hablando, con la luz de gas encendida, hasta que amaneció. A esa hora nos habíamos serenado un poco discurriendo teorías plausibles y sugiriendo ideas prácticas para nuestra investigación, de forma que pudimos dormir todo el día, en lugar de asistir a clase. Pero esa tarde aparecieron dos artículos en el periódico, sin relación alguna entre sí, que nos quitaron el sueño. La vieja casa deshabitada de Chapman había ardido inexplicablemente, quedando reducida a un informe montón de cenizas; eso lo entendíamos, ya que habíamos volcado la lámpara. El otro, informaba que habían intentado abrir la reciente sepultura de la fosa común, como si hubieran hurgado en la tierra vanamente y sin herramientas. Esto nos resultaba incomprensible, ya que habíamos aplanado muy cuidadosamente la tierra húmeda. Y durante diecisiete años, West anduvo mirando por encima del hombro, y quejándose de que le parecía oír pasos detrás de él. Ahora ha desaparecido.
Al final nos sonrió la suerte; pues un día nos enteramos de que iban a enterrar en la fosa común un caso casi ideal: un obrero joven y fornido que se había ahogado el día anterior en Summer's Pond, al que habían enterrado sin dilaciones ni embalsamamientos, por cuenta de la ciudad. Esa tarde localizamos la nueva sepultura, y decidimos empezar a trabajar poco después de la medianoche.
'El doctor Frankenstein' (1931) dirigida por James Whale, fue una pelicula que en principio interpretaria Bela Lugosi, como continuacion de su mitico 'Dracula' (1931), aunque el enfrentamiento del actor con la productora Universal les llevo a sustituirlo por Karloff, que bordo el papel, convirtiendose en todo un clasico. Actuo como estrella para una pelicula de primera clase, en 'The climax' (1944), con la que la Universal pretendia repetir el exito de Claude Rains en la version de 1943 'El fantasma de la opera'. Sus ultimas peliculas fueron de bajo presupuesto y de produccion mexicana, con la excepcion de 'El heroe anda suelto' (Targets) 1968, de Peter Bogdanovich, de produccion estadounidense. Referente a su participacion en las peliculas mexicanas, su mal estado de salud le impedia viajar a ese pais, y debian de rodarse sus escenas en Los Angeles. Las demas, en Mexico. Fallecio el 2 de febrero de 1969. FILMOGRAFIA: Frankenstein 1931
The Mummy 1932
The Black Cat 1934
The Bride of Frankenstein 1935
The Raven 1935
The Invisible Ray 1936
The Man They Could Not Hang 1939
Son of Frankenstein 1939
Black Friday 1940
House of Frankenstein 1944
The Body Snatcher 1945
The Strange Door 1951
Colonel March Investigates 1952
The Black Castle 1952
Island Monster 1953
Sabaka 1953
The Juggler of Our Lady 1957
Voodoo Island 1957
Frankenstein-1970 1958
The Haunted Strangled 1958
Jack The Ripper 1958
Corridors of Blood 1962
The Raven 1963
The Terror 1963
I Tre Volti della Paura 1963
Bikini Beach 1964
The Comedy of Terrors 1964
Die, Monster, Die! 1965
The Ghost in the Invisible Bikini 1966
The Sorcerers 1967
El Coleccionista de Cadaveres 1967
The Venetian Affair 1968
Targets 1968
Curse of the Crimson Altar 1968
Isle of the Snake People 1968
Serenata macabra 1968
The Fear Chamber 1968
The Incredible Invasion 1968
extraido de Hamunter
Lee, y piensa en mi
me conoces, sabes quien soy?
me imaginas?....
Te dire que sí sabes quien soy
que sí me has visto,
donde?, si, dentro de ti,
soy una parte de ti...
ya que si has sentido
mis pensamientos y emociones
solo con leer unas palabras,
me has sentido a mi.
Si me has llegado a entender,
sabras quien soy realmente,
sabras que soy parte de ti,
y tu, ahora, mi zorra.
El mujeriego padre de Bettie fue encarcelado por robar un coche, haciendo la vida aún más dura para su familia en plena época de la Depresión. Los problemas entre los padres de Bettie acabaron en divorcio, la situación económica empeoro, su madre trabajaba por el día de peluquera y por la noche en una lavandería. Cuando sólo tenía diez años Bettie y sus dos hermanas Joyce y Goldie fueron internadas en un orfanato, mientras Edna ahorraba dinero. La familia se volvió a unir aproximadamente pasado un año, aunque las cosas continuaban sin ir muy bien tras el retorno.
En su adolescencia, Bettie y sus hermanas pasaban incontables horas peinándose y maquillándose imitando a sus estrellas de cine favoritas. En el local del centro comunitario, aprendió a cocinar y coser. Esta segunda actividad le sirvió años después para confeccionar sus propios trajes y bikinis. Como estudiante fue miembro del club dramático, secretaria y tesorera del consejo estudiantil, co-editora del periódico y del anuario. Concibió sus estudios como una ventana para escapar del tipo de vida que tenía, graduándose como segunda de su clase en la universidad.
En febrero de 1943, Bettie se casó con el que había sido su novio durante dos años, Billy Neal y se mudó con él a San Francisco. Consiguió un trabajo de secretaria y conoció a Art Grayson, que estaba dentro del negocio del cine, este la convenció para que posara para algunos periódicos, y envió algunas de las fotos que tomó a la 20th Century Fox donde pasó pruebas de pantalla.
En los años que siguieron, el espíritu libre de Bettie viajó de San Francisco a Nashville, de Nashville a Miami y desde allí incluso hasta Puerto Príncipe en Haití, donde se enamoró del país y de su cultura. De vuelta en Estados Unidos, en noviembre de 1947, Bettie se divorció de Billy y se trasladó a New York, donde volvió a trabajar de secretaria. En 1950, durante un paseo por la playa de Connie Island, Bettie conoció a Jerry Tibbs, un policía aficionado a la fotografía, que le dijo que tenía la frente muy grande y le sugirió que se dejara flequillo. Gracias por tu gran visión Jerry. Tomó fotos de Bettie y las juntó en lo que sería su primera carpeta de pin-up. Poco podía imaginarse lo mucho que esto haría cambiar su vida.
Tibbs la presentó a muchos otros fotógrafos, incluyendo a Cass Carr quien organizaba sesiones fotográficas al aire libre, en las que Bettie disfrutaba intensamente. En pocos meses su carrera como modelo había despegado, posó para varias revistas de fotógrafos aficionados como Wink, Eyeful, Titter, y Beauty Parade. En 1951conoció al Irving Klaw, los hermanos Klaw (Irving y Paula) realizaron con ella sesiones fotográficas de bondage y spanking, que junto con los tacones de aguja infinitos, fueron la marca de fábrica de la factoría Klaw.
A finales de 1955 los Klaw fueron denunciados por el senador de Tennessee Estes Kefauver, siendo acusados de obscenidad, causándoles la ruina y decaimiento en la salud de Irving Klaw. Bettie realizó varios papeles secundarios en producciones de New York y también varias apariciones en televisión, mientras vivía en New York volvía a menudo a Florida, donde posaba para Jan Caldwell, H. W. Hannau, y Bunny Yeager.
Bunny Yeager había sido también modelo, y con ella realizó sesiones más típicas de un rol de modelo, en la playa, con botes, en una puesta en escena representando la jungla.
En 1957 dejó New York y se mudó a Florida, su carrera como modelo terminó en el momento más álgido de popularidad. Volvió a casarse dos veces con sus consiguientes divorcios y viajó por numerosos estados incluyendo California, Tennessee, Illinois y Oregon, probando varios trabajos, incluyendo profesora, secretaria, consejera para madres solteras adolescentes...
En los años siguientes fue olvidada, hasta ser redescubierta a mediados de los setenta, en una dinámica que hoy mismo se mantiene. Sus películas y fotografías, largo tiempo perdidas, fueron reapareciendo desenterradas de archivos privados. Artistas contemporáneos como Olivia, Dave Stevens o Robert Blue han inmortalizado a su ídolo en poderosos dibujos.
Bettie Page se ha convertido en un icono, un símbolo de belleza fuera de los estándares habituales. Bettie es un cúmulo de personalidades en un solo cuerpo y algunas de ellas contradictorias, es simpática y perversa, tímida y atrevida, sencilla y exótica. En unas fotos es la chica de la puerta de al lado, mientras que en otras empuña un látigo o se convierte en una intrépida aventurera en la jungla.
En todo caso en el corazón de sus fans permanecerá como la reina de las pin-ups.
"No trataba de impactar, o ser una pionera. Tampoco trataba de cambiar la sociedad, o ser una adelantada a mi tiempo. Nunca pensé en mi misma como liberadora, y no creo haber hecho algo importante. Fui solamente yo misma. No conocía cualquier otra manera de ser, o cualquier otra manera de vivir"
Bettie Page