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5 de Marzo 2006

La noche del cazador

(The night of the hunter) Charles Laughton (1955)

Pocas películas del cine clásico han suscitado tanta diversidad de opiniones como la que nos ocupa. Esta inclasificable obra maestra constituyó un estrepitoso fracaso el día de su estreno precisamente porque no se ceñía a un género específico, a una etiqueta restrictiva tan del gusto del público de los años dorados del cine. La noche del cazador se sitúa en la frontera de lo que era el cine clásico hasta la década en que se realizó y lo que iba a ser a partir de los 60, cuando comienza el derrumbamiento de los cánones cinematográficos. Hoy día ya nadie cuestiona el valor de esta prodigiosa joya, confluencia de una serie de elementos que armonizan el conjunto en una obra de arte total.

Podemos buscar las razones de ello sobre todo en la labor de realización por parte de Charles Laughton, inmenso actor que debutaba en la dirección del que sería su único film, dada la severa acogida que obtuvo; en la soberbia caracterización de los actores, que recrean a la perfección una galería de personajes encerrados en un mundo de miseria (estamos en los años de la Gran Depresión), hipocresía religiosa y banalización de los valores sociales; en el genial guión de James Agee, en el que tuvo parte importante el propio realizador y el autor de la novela original, en la que se refleja fielmente; en la fotografía de Stanley Cortez, que baña de un halo fantástico la ya de por sí sobrenatural atmósfera del relato. Pero lo verdaderamente particular de La noche del cazador es esa extraña combinación de intriga criminal y melodrama rural en un contexto de absoluto onirismo, como si de un cuento infantil se tratase. Laughton quiso aprovechar las posibilidades que brinda el arte cinematográfico para hacer hincapié en algo que la novela tan sólo apuntaba de forma somera: la recreación (o más bien creación) de una deliberada artificiosidad que en el film queda subrayado ya desde ese comienzo con el rostro de Lillian Gish en la inmensidad del cosmos recitando a unos niños unos pasajes de la Biblia, y advirtiéndoles de la amenaza que van a tener que afrontar a causa de las personas que dicen ser lo que no son; en definitiva, de la amenaza que supone la vida para estos “seres indefensos”. Porque aquí más que nunca el personaje antagonista es la encarnación del Mal, pero el Mal visto desde la perspectiva deformante y maravillosa de una mente infantil: la caracterización de Harry Powell no está lejos de los personajes que, como la Reina de Corazones o el lobo de Caperucita, han alimentado la imaginería de niños y adultos durante siglos. Es un personaje fantástico, y aquí es donde un relato meramente costumbrista, que relata las tribulaciones de una familia perseguida por el fantasma de la codicia, adquiere inexorablemente tintes fantásticos.

Esa irrupción del elemento perturbador se pone en escena a través de los más insólitos recursos: un tren que corre a toda velocidad en montaje alterno con un diálogo que augura la aparición de “alguien” en la vida de la desconsolada Willa Harper; la sombra de Powell proyectada en la habitación de los niños cubriendo al pequeño John Harper, en el que será su primer (y aterrador) encuentro cara a cara; la silueta de Powell sobre el horizonte montando a caballo, mientras tararea una canción que para los niños, más que una nana que les ayude a dormir, se convertirá en el fondo musical de una verdadera pesadilla; etcétera. Todo este entorno perverso nos lo muestra la mirada del niño: los hombres que detienen al padre y, más tarde a Powell, son para John una despersonalizada imagen de la usurpación de la libertad, desprovista su mentalidad, como niño que es, del concepto de justicia (la novela de Grubb se refiere a ellos como “los hombres de azul”); la persecución que el predicador lleva a cabo en busca de los dos hermanos es la visión real de una pesadilla infantil con el elemento recurrente del perseguidor como protagonista; el río por el que huyen está poblado de las más variopintas criaturas nocturnas, que observan acechantes a los niños como si de un cuento de hadas se tratase; incluso la conducta de Harry Powell recuerda en cierto modo a la del animal antagonista en este tipo de relatos (hasta los extremos de lo cómico) cuando, corriendo en busca de los niños, es preso de la ira ante sus vanos intentos de alcanzarlos.

Hablemos de un drama fantástico o de un “fantástico” drama, más allá de toda inconsecuente discusión sobre su naturaleza, lo que tenemos es un conjunto de imborrables imágenes de enorme influencia en el cine posterior, y no sólo en su vertiente fantástica. Porque La noche del cazador no ha sido sólo la noche de los dos atemorizados niños protagonistas, sino la de toda una generación de jóvenes cineastas que han tenido la brillante idea de fijarse en una obra como ésta, cuando su precoz capacidad visionaria todavía fabulaba historias sobre el hombre del saco en la oscuridad del dormitorio.


Sami Natsheh, extraido de www.pasadizo.com

Escrito por ReJeCt en 5 de Marzo 2006 a las 11:43 PM
Comentarios

Creo que tienes el blog más interesante de Zona Libre, ¡alguien que cuenta cosas! Me he leído tus tres últimos posts, magníficos. Un saludo

Escrito por HenryKiller en 6 de Marzo 2006 a las 11:22 AM
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