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9 de Enero 2005

Paralelo entre Sade y Masoch

Desde el momento en que se comenzaron a considerar los placeres de sufrir y de hacer sufrir como una misma cosa, los apellidos de Sade y Masoch han quedado inevitablemente unidos bajo el término "sado-masoquismo". Sin embargo, pese a sus indiscutibles méritos, el señor Leopold von Sacher-Masoch está, a mi modo de ver(el del autor de la página), muy por debajo del divino marqués, y su importancia en la historia de la Literatura y la Filosofía es indiscutiblemente menor.
La más importante de sus obras es, sin duda, La Venus de las pieles. En ella se narra la hisoria de un tal Severin, que se define a sí mismo como "hipersensual" y que pide a una mujer llamada Wanda que le permita ser su esclavo. Pero, ¿qué es un hipersensual para Masoch? Es un ser extremadamente intelectual, que se ha apartado hasta tal punto del mundo de los sentidos que es incapaz de dejarse llevar por ellos y por las sensaciones naturales que le ofrecen. Mire donde mire, sólo ve ideas, conceptos y razonamientos. En el lado opuesto están las culturas mediterráneas (griegos y romanos), quizás menos decentes y con una moral más relajada, pero más capaces de disfrutar de una manera natural, de ser felices y de vivir en un mundo real. El hombre nórdico, por el contrario, vive siempre en un mundo de sombras. Se encierra en su casa, lee a Hegel y se entrega a profundas meditaciones.
Pero estas meditaciones, por muy morales que sean, por mucho que le permitan progresar en ciertos aspectos, le apartan de la realidad y forzosamente le convierten en un ser extraño y retorcido; un ser que realmente se emociona, por ejemplo, al leer una descripción de la Primavera, pero que, cuando ésta llega, no oye el canto de los pájaros ni aparta su mirada de los libros para dirigirla a las flores; un hombre que escribe excelentes poesías a su amada y que siente por ella el afecto más puro y sublime que pueda imaginarse, pero que es incapaz de besarla cuando la tiene delante, o saldría corriendo si ésta se desnudase delante suyo, o se insinuase de una manera demasiado atrevida. Esta concepción de la mentalidad nórdica puede leerse en las palabras que pronuncia la diosa Venus al principio de la obra:
A vosotros los modernos, a vosotros los hijos de la reflexión, os incomoda el amor entendido como goce supremo, os incomoda la divina jovialidad. Ese amor os trae desgracias. Os hacéis vulgares en cuanto quereis mostraros naturales. La naturaleza se os presenta como algo hostil; a los risueños dioses de Grecia nos habéis convertido en diablos y a mi, como a todas las diosas, me habéis transformado en una diablesa.Lo único que sabéis hacer es, o bien desterrarme y maldecirme o bien inmolaros como víctimas ante mi altar, poseídos por una locura propia de bacantes; y si uno de vosotros ha tenido alguna vez la osadía de besar mis rojos labios, peregrina descalzo y con hábito de penitente a Roma y aguarda con paciencia que florezca su seco bastón, mientras bajo mis pies brotan a todas horas rosas, violetas y mirtos, cuyo perfume no percibís.
Existe una cierta relación, creo yo, entre La Venus de las pieles y el Werther de Goethe. De hecho, la actitud de Werther también es un tanto hipersensual, y yo casi me atrevería a decir que quien sea un Werther, está a un paso de ser un Severin. La manía de dejar a un lado los goces sensuales para reducirlo todo a una idealizacón del ser amado, a una especie de amor intelectual, es algo que, por muy virtuoso que pueda parecer a primera vista, sólo puede acabar conduciendo a las más extrañas aberraciones o a actitudes estúpidas y ridículas. De hecho, La Venus de las pieles, constituye justamente una crítica contra estas actitudes. Al final, el pobre Severin, escarmentado de los sufrimientos recibidos de la manos de Wanda, decide vivir con una joven virtuosa a la que trata sin miramentos, a pesar de que es bien sabido, sin embargo, que el propio Masoch era aficionado a este tipo de tratos.
Pero a la hora de comparar a Masoch con el marqués de Sade, se hace casi imposible ignorar la enorme distancia que los separa. La obra del primero es curiosa e interesante, y no se le pueden dejar de reconocer ciertos méritos, pero no vemos en ella, ni remotamente, la increíble altura de miras desde la que Sade observaba los pequeños prejuicios y las pequeñas normas morales de la humanidad. El mismo Severin reconoce continuamente ser un diletante, y no parece tampoco que Masoch pretendiese reflejar la grandeza y la fuerza de carácter en los personajes de sus obras, al menos en los masculinos.
Qué diferencia, en cambio, con los personajes de Sade, todos ellos extraordinarios, todos situados en el extremo del vicio o de la virtud, siempre ingeniosos, siempre expresándose a través de discurso elevado y llevando a cabo acciones inauditas. Sin embargo, hay que añadir que Masoch no es nunca pretencioso y en todo momento es consciente de la calidad de su trabajo y de su justa importancia. Esta modestia, tan loable como rara entre los escritores, eleva a su autor tanto como a otros les hunde su soberbia, y le hace digno, si no de admiración, sí al menos de aprecio por una obra que cumple bien su objetivo.
Respecto al tratamiento del masoquismo, propiamente dicho, es interesante observar que los dos autores lo tratan desde perspectivas muy distintas, hasta el punto de que casi podríamos hablar de dos masoquismos. El de Masoch es en realidad una relación de dominación-sumisión, mientras que el de Sade es un placer surgido de la humillación y del propio dolor físico. Severin no disfruta de los latigazos como tales; lo centra todo en su ama, a la que ve continuamente como una diosa. Si le produce placer ser maltratado por ella es más que nada porque ello constituye una prueba de amor supremo, de entrega total. El masoquismo de Masoch es una especie de amor enfermizo que va más allá de la entrega habitual de los enamorados y llega a la esclavitud. Pero en el fondo, el esclavo sigue deseando a la mujer adorada y disfrutaría también si ella le amara dulcemente. Únicamene ocurre que la sumisión, al ser una situación más fuerte, le resulta más excitante.
En Sade, en cambio, el amor no pinta nada. Ya no vemos un arrebato enfermizo de un hombre excesivamente enamorado, sino la desesperación de un libertino que, tras haber agotado todos los senderos habituales del placer, busca como sea sensaciones nuevas y exitantes y, al no encontrarlas ya en lo agradable, las busca en lo desagradable. Es bien sabido lo insitente que era Sade al recalcar que nuestros placeres son independientes de los de la otra persona y que sólo debemos ocuparnos de los nuestros, ya que, desde el momento en que nos preocupamos en hacer gozar al otro, estamos disminuyendo nuestro propio goce. Nada que ver con la adoración de Severin hacia Wanda. El libertino sólo busca sensaciones: que le pinchen, que le azoten, que le golpeen, pero nada de anhelos metafísicos. En algunas ocasiones, esta tendencia aún se refina más: Sade señala que, para quien se ha sumergido en el vicio, resulta excitante que le traten como a un monstruo. El hecho mismo de ser odiado, maltratado, de sumergirse en el fango de las más despreciables bajezas resulta excitante para quien odia a la virtud. Este tipo de sensaciones es todo lo contrario de las anteriores: en lugar de gozar con el sufrimiento físico, el libertino disfruta del hecho mismo de serlo, de provocar odio y repulsión a los demás, tal y como se explica en cierto momento de Las 120 jornadas de Sodoma, en el que Durcet comienza diciendo:
"Nada más simple que amar el envilecimiento y encontrar goces en el desprecio. El que ama con ardor las cosas que deshonran descubre placer en serlo y debe empalmar cuando se le dice lo que es. La bajeza es un goce muy familiar a ciertos espíritus; uno gusta de escuchar lo que se complace en merecer, y es imposible saber hasta dónde puede llegar en esto el hombre que ya no se sonroja de nada. Es lo mismo que la historia de determinados enfermos que se complacen de su cacoquimia". "Todo esto depende del cinismo", dijo Curval sobando las nalgas de Fanchon: "¿quién no sabe que el mismo castigo produce entusiasmos? ¿Y no hemos visto ponérsela tiesa a alguien en el momento en el que se le deshonraba públicamente? Todo el mundo conoce la historia del marqués de ***, el cual, en cuanto se le comuicó la sentencia que le condenaba a ser quemado en efigie, sacó la polla de los calzones y exclamó: "¡Me cago en Dios!, he llegado al punto que quería, ya estoy cubierto de oprobio y de infamia: ¡dejadme, dejadme, tengo que correrme!". Y lo hizo en aquel mismo instante."
Viendo hasta donde llegan las atrocidades que narra Sade y comparándolas con las románticas relaciones de dominación-sumisión de Masoch, creo que es fácil darse cuenta de la enorme distancia que los separa, pero cada uno ha aportado a la Literatura aquello que conocía y que era capaz de expresar, y ambos han sabido hacerlo de tal manera que merecen nuestro reconocimiento.

Escrito por ReJeCt en 9 de Enero 2005 a las 12:37 AM
Comentarios

quiero probar

Escrito por ignacio cordoba clariget en 5 de Febrero 2005 a las 05:34 PM

Me ha encantado tu artículo. Lo encontré porque buscaba el texto de Masoch íntegro. El que dice Venus... yo sólo tenía el final.

Un saludo

Escrito por Hulla Blanca en 19 de Septiembre 2005 a las 02:18 PM

estaba buscando un paralelo entre dos personas y el unico que encontre es este, pero igual no me sirvio mucho y no erntiendo nada pero igual gracias por ser el unico que escribe un buen paraleo. tengo solo 13 años y no me atrae para nada esta cultura pero gracia sporque me sirvio para hacer un trabajo de lengua

Escrito por mirko en 21 de Octubre 2005 a las 09:51 PM

A ver para comparar a dos genialidades de la literarura te hacen falta muchos elementos no seas redundante y mejor investiga mas a fondo la vida del divino marques y la de masoch, hay mucho mas que decir de ellos que esos fragmentos tan soeces de las obras menos relevantes ok. hay que leer!!!!!!!!!!!!!!!

Escrito por Julieta en 26 de Febrero 2006 a las 07:19 PM
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