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10 de Agosto 2004

"Aquella noche" por Caos_bd

Aquella noche, apenas hube despertado, decidí salir a dar un paseo por los acantilados, así que me calcé unas sandalias de cuero negro y no me puse más que unos pantalones de lino blanco. era una noche calurosa, había mucha humedad y ésta pesaba sobre mi cuerpo, cuando salí de la casa, que ahora podía considerarse mi hogar, el cielo estaba despejado y la luna y las estrellas se reflejaban en el mar que se encontraba en calma, tranquilo y sereno. Andaba despacio, saboreando un cigarrillo rubio, mirando al cielo y tratando de no pensar, cuando bajando por el sendero, rodeado de farolillos que emitían una luz tenue, vislumbré casi al final del camino lo que parecía una explosión de color que salía de entre las rocas , era un destello agradable y radiante que sin emitir sonido alguno cambiaba del azul al rojo y luego al verde sin variar su intensidad, era como si dos colores se fundieran dando lugar al siguiente y así sucesivamente a intervalos irregulares y de manera totalmente inexplicable e incoherente llenaban aquel pequeño espacio de la grieta de una belleza mágica. La verdad es que teniendo en cuenta los sucesos acaecidos en las últimas semanas, este hecho habría sido más que suficiente para alejarse de allí y no volver jamás, pero en mí causó el efecto contrario, apagué el cigarrillo y continué mi camino sin perder de vista aquel singular espectáculo.

Cuando llegué al lugar donde había presenciado el fenómeno, éste se extinguió repentinamente dejando al descubierto una abertura oscura y bastante más amplia de lo que yo había apreciado en un primer momento, miré hacia atrás y vi como una minúscula parte de la inmensidad del océano se superponía sobre la tierra en forma de espuma blanca y radiante a la luz de la luna. Agarrándome a las rocas conseguí introducirme en la grieta dejando atrás la tranquila playa y el susurro del agua al alejarse de la arena. Lo que vi ante mis ojos, debo aclarar que de no ser por las facultades que me otorgaba mi nueva condición habría sido una oscuridad eterna, fue un pasadizo intrincado y al parecer extenso del cual provenía una fresca y suave brisa que me acariciaba la piel y me hacía sentir más ligero. Avancé aproximadamente un kilómetro por un túnel estrecho y menudo que me obligaba a mantener la cabeza gacha y zigzagueaba siempre hacia abajo alejándose del mar e introduciéndose cada vez más en los acantilados.

Mi curiosidad casi se había desvanecido cuando vislumbré no muy lejos lo que parecía ser el final del corredor y lo que según pude comprobar más tarde era una enorme estancia iluminada por la luz de un sin fin de antorchas incrustadas en la pared y colocadas sobre altos pilares a modo de pequeñas piras. La abertura se encontraba a varios metros del suelo de la estancia, lo que me obligó a saltar para caer con envidiable destreza sobre un suelo de mármol gris perfectamente pulido. Aquella antesala era enorme, yo caí justo en una esquina sobre la sombra de uno de aquellos enormes pilares, a mi derecha se elevaba una inmensa escalera de caracol que desaparecía en las sombras donde la luz terminaba y frente a mí se erigía un magnífico arco apuntado con doble puerta que debía de medir unos ocho o diez metros de alto por unos cuatro o cinco de ancho, las puertas estaban hechas de un material que parecía marfil sólido y he de reconocer que no vi ninguna fisura o empalme que me hiciera pensar que cada una de ellas no estaba hecha de una sola pieza, por unos instantes me quedé ensimismado pensando cuál será el tamaño del animal cuyos colmillos eran de la envergadura necesaria para tallar en ellos aquellas inmensas cancelas, ambas estaban decoradas con multitud de relieves diminutos que representaban unas galimatías de símbolos y figuras que recordaban a seres mitológicos y monstruos descarnados. Una voz me sacó de mi ensimismamiento, provenía del otro lado de las puertas, se colaba por el hueco que dejaba una de ellas que se encontraba entornada, era una voz cándida y a la vez cruel, tenía el timbre de la de una mujer y parecía estar reprendiendo a alguien:

- ¡Has sido una niña mala!, te he dicho mil veces que no puedes salir a jugar fuera sin mi permiso, ¿acaso no has entendido todavía que la obediencia es parte fundamental de tu instrucción? - se hizo un profundo silencio.

- Sí mi señora - Fue un ligero gemido, aquella voz parecía demostrar gran respeto por la anterior.

- Ven, acércate pequeña, - dijo con ternura - sabes que odio tener que castigarte, pero también sabes que el castigo es bueno para ti, te suaviza y consigue que tu aprendizaje sea más rápido.

- Sí mi señora - volvió a repetir aquella dulce voz en lo que sin duda era un desesperado intento por agradar.

Regresó el silencio, en aquellos momentos mi curiosidad alcanzó su cenit. ¿Qué demonios hacía yo agazapado entre las sombras cuando seguramente podría colarme por la rendija que había entre las dos puertas y observar aquella escena en primera fila? no pude contenerme y así lo hice, en el preciso momento en que atravesé el arco quedé maravillado.

La sala en la que me encontraba ahora era unas ocho veces la anterior, era rectangular y estaba rodeada por un pasillo exterior que recordaba al de una catedral, la cubría una enorme bóveda y los arcos apuntados fluían por todas partes para terminar encontrándose con los nervios de ésta. En lo que podríamos llamar el crucero central y en el extremo más largo de la cruz, donde se encontraría la puerta de la supuesta catedral, estaba situado un altar engalanado con telas rojas y rodeado por un rosal de rosas blancas, cada una del tamaño de un puño, que desaparecía por los laterales y por el crucero, para volver a aparecer trepando por todas y cada una de las columnas. La sala estaba iluminada por una luz blanca que procedía de una serie de vidrieras situadas en la parte baja de la bóveda y que ayudadas por un millar de velas sobre candelabros de plata colocados en los laterales de los dos pasillos que formaban la cruz, concentraban de manera espectacular la luz sobre estos dejando el resto de la estancia en una espesa negrura. La temperatura era más baja que el la estancia anterior y por el pasillo exterior, donde yo estaba en aquel instante, circulaba una suave brisa. Frente al altar se encontraba un trono del mismo material que las puertas que acababa de rebasar, y en él multitud de tallas que simulaban serpientes enroscadas unas con otras.

La escena que yo había escuchado anteriormente se había desarrollado junto a aquel altar. En él había sentada una mujer que aparentaba unos veintiséis años, llevaba una túnica de un blanco inmaculado con bordados en hilo de plata en las mangas y el pecho, tenía una cabellera negra anudada en una trenza que colgaba por encima de su hombro derecho hasta la cintura, la túnica se ceñía a su talle por una cuerda gris con manchas blancas, llevaba abundantes anillos y un brazalete de plata, y, sobre su frente lucía un cordón similar al de su cintura pero más estrecho. Su piel era blanca como la leche, incluso más que la mía, y tenía un brillo similar al de las estatuas de mármol, sus ojos eran grandes y del color de la miel, su boca perfecta estaba enmarcada por unos finos labios de un rosa muy suave, una curva en el lugar apropiado revelaba unos pechos redondeados y erguidos, estaba descalza y tenía las piernas cruzadas una sobre la otra.


Arrodillada a sus pies se encontraba una criatura de una especie que jamás había visto antes. Era un hembra de complexión delgada que aparentaba unos dieciséis años, con los rasgos de la raza blanca, pero la piel oscura y de un tono cobrizo, tenía el cabello liso, era largo y de color gris perla. A ambos lados de la cabeza, de entre su pelo, asomaban unas puntiagudas orejas bastante más largas de lo normal. Tenía los ojos grandes y del mismo color que su melena. Se encontraba completamente desnuda, sin más aderezo que una tobillera de plata y un adorno del mismo material, en forma de serpiente, que llevaba enroscado en el brazo. Estaba de rodillas frente a la otra mujer, mantenía las nalgas erguidas y la espalda arqueada, la postura desvelaba unos pechos no demasiado grandes y unas preciosas posaderas que enfundadas en unos vaqueros recibirían grandes elogios. Tenía una boca preciosa y bajo sus húmedos labios asomaban unos finísimos y puntiagudos colmillos blancos, de entre los cuales salía y entraba su pequeña y sonrosada lengua que se esmeraba afanosamente en lamer los pies de su ama.

- Eso es, sigue así pequeña, demuestra tu obediencia. - La hablaba dulcemente, mientras la acariciaba con cariño el trasero - Sabes de sobra que esto no te librará de tu castigo.

- Lo sé, mi señora - contestó, parando un momento para volver a empezar con renovado entusiasmo y aun más delicadeza

Yo, desde mi escondite en la oscuridad, contemplaba aquella escena completamente maravillado, me sentía como un auténtico fisgón gozando con los juegos eróticos de una pareja, sólo que aquello que yo presenciaba daba la impresión de no tener nada que ver con un juego. De repente los ojos de la mujer del trono se quedaron en blanco, la extraña criatura que se esmeraba a sus pies comenzó a sollozar, temblando y lloriqueando entrecortadamente. Lentamente el cinturón que se ceñía a la cintura de la dama empezó a deslizarse por sus piernas hasta llegar a la nuca de la muchacha que no paraba de gimotear. Desde luego aquello no era ninguna correa, era un esplendido ejemplar de coral gris que se deslizaba ya por todo el cuerpo de la joven que se retorcía gimiendo y sudando en lo que parecía una mezcla de placer y terror absoluto. La cabeza de la serpiente desapareció entre sus piernas, los jadeos aumentaron de velocidad para culminar en un tremendo grito de dolor que llenó de horror mis entrañas. La doncella comenzó a sangrar, el crúor caía resbalando entre sus piernas hasta el suelo de mármol, los chillidos se sucedieron combinados con violentos espasmos y un frenético vaivén infernal. A mí llegó el olor de aquella sangre, era más dulce que ninguna otra cosa, provocó en mí un anhelo insondable, asqueado del deseo que me producía aquella atroz situación, retrocedí conteniendo las arcadas que venían a mi garganta, tropecé y caí detrás de la columna, noté un pinchazo en el brazo, me había clavado una espina del rosal. A la altura de mi cabeza pude ver como una de aquellas enormes rosas se teñía lentamente de un color rúbeo, nunca antes lo había visto en una flor.

Inmediatamente después de esto la mujer que estaba sobre el trono se levantó y dirigió hacia mí una mirada que me hizo estremecer, sonrió:

- ¿Qué tenemos aquí? - dijo mientras el extraño ritual continuaba a sus pies- Ven, acércate para que pueda verte bien, no temas.

Su voz me hechizaba, y aunque sabía perfectamente que no necesitaba que me acercara a ella para verme mejor, lo hice, avancé lentamente, no podía quitarle la vista de encima. Recorrí aquel hermoso pasillo iluminado por la luz blanca y cuando estaba a unos dos metros de ella volvió a sentarse.

- ¿Has visto pequeña? - Tenemos visita. - Hablaba mientras acariciaba el pelo de la muchacha que jadeaba de manera irregular, mientras el oficio continuaba entrando en ella una y otra vez.

- ¿Quién eres? - dijo mientras volvía a levantarse, y se acercaba lentamente hacia mí con el brazo estirado. - Eres muy guapo. - Su voz era sibilante y me hipnotizaba con cada palabra.

Cerré los ojos, en aquel instante se oyó un golpe tremendo y una fuerte ventolera inundó la sala, apagando las velas y provocando que la estancia se llenara de enormes pétalos blancos que volaban en todas direcciones.

- ¡Es mío! - pude distinguir la voz que para mí lo era todo, pero mucho más potente y amenazante.

Noté como algo me abrasaba la espalda, casi caí desmayado, pero Selena me cogió por la muñeca y me arrastró corriendo hasta las puertas que se encontraban abiertas de par en par. Al mirar hacia atrás pude ver como la dama se sentaba, sus pupilas se habían estirado como las de un reptil y su mirada reflejaba un inmenso odio; Traspasamos las puertas y corrimos escaleras arriba. Vi una explosión de color, era un destello agradable y radiante que sin emitir sonido alguno cambiaba del azul al rojo y luego al verde, lo atravesamos a toda velocidad y salimos bajo un agua cristalina, podía verse la luna a través de ella, nadamos hasta la superficie. La espalda me ardía a la altura del omóplato, Selena me abrazó.

- Me has dado un susto de muerte, no quiero ni pensar lo que habría sido de ti en manos de la sacerdotisa.

Me besó y juntos nadamos hacia la orilla. Cuando llegamos nos dejamos caer sobre la arena. Allí, en la playa, con sus rizos mojados y tumbada a mi lado parecía una auténtica sirena, la abracé con fuerza y besé sus húmedos labios, su piel estaba salada y fría, hicimos el amor bajo las estrellas y antes de que amaneciera volvimos juntos a la casa.

Cuando llegamos a la habitación ella me colocó de espaldas al espejo del armario y me pidió disculpas, volvió mi cabeza hacia el reflejo y descubrí, como tatuado en mi espalda, a la altura de mi hombro, un símbolo rodeado de llamas, era una cruz egipcia de un color negro como el de la misma muerte.

- Es la llave de la vida, - dijo, y la besó suavemente - es para siempre.

Aquel día dormimos juntos y yo soñé con terribles monstruos, hechiceros de largas barbas blancas, grandes ejércitos armados con espadas sobre los cuales caían incesantes lluvias de flechas, inmensos bosques, dragones, ogros y algo que me parecía familiar, una extraña criatura de largas orejas y cabellos grises que me sonreía y saludaba desde lo alto de un árbol frente a un inmenso castillo.

NightVamp.

Escrito por ReJeCt en 10 de Agosto 2004 a las 11:37 PM
Comentarios

Muy bello!!
Mil gracias por hacernos partícipes por unos instantes de tan morbosa y fantasiosa historia, y que sepas que es todo un honor el alojar en nuestro rincón tus escritos.
Esperamos gustosos mas colaboraciones, Caos_bd.
Un fuerte Abrazo.

Escrito por ReJeCt en 11 de Agosto 2004 a las 12:10 AM

Un relato precioso Caos_bd, escribes muy, muy, muy bien.

Besos

Escrito por lua en 11 de Agosto 2004 a las 08:56 PM
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